He aquí mi experiencia. A juicio de Ud., querido lector.
Debo acotar antes, que actualmente me encuentro viviendo en Ciudad Bolívar (O Macondo, como le digo yo de cariño a esta tranquila, apacible y particular ciudad en honor al famoso e imaginario pueblito creado por García Márquez), por lo que muy probablemente (y espero que así sea), mi experiencia sea parte de un caso “aislado”. Veamos:
Rojo por doquier. Pensé que nos dirigiríamos a algún local de apropiación forzosa (expropiado, pues), pero no. Cual carpas de guerra, y desperdigados en en gran parte del Paseo Orinoco, se encontraban una serie de toldos rojo rojitos, atendidos por personas con camisas y gorras del mismo color y custodiados por el Ejercito Nacional. Sí, ese mismo del que uno antes se enorgullecía cuando se podía leer el slogan: “Forjador de libertades”… no el de ahora: “Patria… bla, bla, bla…”.
Enormes colas. Y nada fácil el panorama, tomando en cuenta que el sol de pleno medio día en estos lugares del país es calcinante. Colas para viejitos y colas para mujeres y niños. El resto, los hombres, en otras colas. ¿Quiénes organizaban esta desorganización, a mi parecer, jalada de pelos? Los mismos soldaditos. Los mismos que antes veías de actuar y vestir impecable en la calle, y ahora se encontraban frente a mi fumando, mandando mensajitos de texto, tomando Coca-Cola (no, no era Mata Calor, lo verifiqué); y silbando y diciéndole “piropos criollos” entre dientes (esa mami, que rico vale!, upa cachete o voltea pa’ que te enamores!) a una que otra muchacha que pasara cerca de ellos. Sí. Ese es el ejercito de ahora, pero no nos desviemos del tema.
Una vez ubicado el toldo de los hombres, y en la respectiva cola, uno se siente como resignado. Bueno, ya estoy aquí, ¿No? Ahora a esperar. Luego de dos horas de espera, de conversaciones triviales, de escuchar a gente hablando maravillas de “mico mandante” y de ver que la cola no avanzaba, decido ir a ver que pasa en la punta de la misma. Un soldadito con aspecto de púber y señalandome con su arma de reglamento (nunca vi si era porque tenía apuntador láser o algo por el estilo, pero menos mal que el juguete no tenía el cartucho de recarga puesto) me dice: Epa tu! Ya tienes numero? –Perdon, yo? Te refieres a mi? –Si vale! A ti, has tu cola! Y pide un número!
En vista de la sutileza, ubiqué a un personaje todo vestido de rojo y con fotos del gobernador del estado estampadas en el pecho, el cual me indicó que tomara un número que ellos proporcionaban, hecho en cartón y escrito en bolígrafo. Volví a mi cola mas confundido que al principio. ¿Para qué el número? ¿Para qué entonces la cola?
Ya cerca del sitio donde pediríamos los productos, pude ver gente con bolsas, bolsas y bolsas de productos. Mucha leche, mucha azucar y pollo en estas bolsas. Productos estos limitados a UNO POR PERSONA. ¿Por qué entonces había personas con más de un producto? Afinando la vista, pudimos apreciar a otra persona igual toda forrada de rojo y de propaganda electorera que se acercaba a los toldos con personas que no estaban en la cola Y LOS ATENDIAN. ¡Sí! Ante nuestros atónitos ojos atendían a personas que no estaban en la cola, y no sólo eso, sino que tratando de no hacerlo tan “visible” les metian varios de los productos antes mencionados en cajas de cartón vacías. El colmo del asunto llegó cuando vi (con estos ojos que se han de comer los gusanos y espero que tambien vean a una Venezuela mejor) a una persona darle un billete de color MARRÓN bien enrolladito al Sr. forrado de rojo que le dio dicha caja. ¿Cuáles billetes son de ese color?
No nos pudimos aguantar los que estábamos cerca ya de salir de aquel mamotreto de “Socialismo e Igualdad”. Le dije en viva voz al que despachaba: “Disculpe, Sr, pero ¿No estamos en socialismo? ¿Por que esconden productos y se los dan todos a otras personas entonces? ¿Por qué atienden a personas sin hacer su cola?
¿Cual fue la respuesta? La misma que vemos en la Asamblea Nacional, en VTV y en las cadenas dominicales: Risitas nerviosas, evasiva y descalificacion. “¿Si eres pitiyankee, pa’ que vienes pa’ acá? ¡Ya te vamos a atender, tranquilo sifrinito!
Al final, me dieron sólo un pollo, pero con una lata de guisantes, importado de argentina (si no la compraba, no me daban el pollo). No había ya ni leche ni azucar (supuestamente, según ellos), pero vimos gente montarse en sus carros (de lujo, por cierto) con cajas full de esos productos; y nunca supe para que fue el cartoncito mal hecho con un número que me dieron.
Luego de esta mala experiencia, se acrecentaron en mí algunas dudas, supongo que típicas del capitalismo destructor:
- ¿Dónde comprará el presidente?
- ¿Dónde comprará el gobernador del estado?
- ¿A estos funcionarios publicos, les venderán UN SOLO POLLO TAMBIEN?
- ¿El sueldo socialista que ganan estos “camaradas” que se tienen que vestir de rojo no les alcanza? ¿Es por esto que se “rebuscan” revendiendo lo que es “del pueblo”?
- Por qué el Ejercito Nacional está cuidando toldos al estilo de “buhonero”, en vez de estar cuidando la seguridad de los habitantes en los barrios y calles del país?
- ¿Dónde queda la igualdad que tanto le quieren hacer a uno creer con ese cuento refrito del socislismo?
- ¿Qué demonios significa esa basura de SOBERANÍA ALIMENTARIA? (¡Soberana arrechera era lo que yo cargaba!)
Pero algo sí me quedó muy claro: Salí de allí con ganas de nunca más volver a pisar un lugar semejante y pensando dos cosas:
- ¿Quién me habrá mandado a mí a meterme en este peo?
- ¿Esta es la Venezuela que heredarán nuestros hijos?
¡Ah! Y saldé la deuda con mi amigo, por lo que espero no volver a tener que pagar deudas con experiencias similares.#sumadre
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